Buscamos certezas. Buscamos crear escenarios predecibles que nos permitan descansar en el automatismo de nuestros criterios. Elaboramos estructuras mentales sobre cuál es la mejor manera de manejarnos en el mundo e intentamos aplicarlas siempre, esperando obtener el mismo resultado.
Cuando eso no ocurre, nos preguntamos constantemente cuál es la mejor manera de resolver algo de una vez por todas, o por lo menos, de hacerlo con una fórmula que acorte la cantidad de energía y tiempo que tenemos que dedicarle a cualquier resolución de conflictos.
Pero si bien esto es muy útil para muchísimas situaciones. ¿Qué pasa cuándo la realidad no ingresa cómodamente en nuestro parámetros o estructuras? ¿Dónde y cómo encontraremos ese orden que tanto estamos buscando? ¿Cómo crear estructuras de resolución de problemas que nos garanticen tanto flexibilidad y adaptación como marco de referencia? ¿Cómo simplificar algo sin perder complejidad?
Estas preguntas, y unas cuantas más, son las que se hace Margaret J. Wheatley en su aclamado y premiado libro Leadership and the new science.
“We have created trouble for ourselves in organizations by confusing control with order. This is no surprise, given that for most of its written history, leadership has been defined in terms of its control functions.”
Margaret J. Wheatley, Leadership and the New Science: Discovering Order in a Chaotic World
El problema con la búsqueda del orden en nuestra vida y en nuestras organizaciones, puede analizarse debido a que seguimos aplicando, según Wheatley, criterios de gestión provenientes de otro siglo. Seguimos considerando que es posible, si es que alguna vez lo fue, restablecer un orden que mediante mecanismos de control pueda permanecer estable en cualquier circunstancia.
Hoy más que nunca, la realidad nos demuestra día a día que esa búsqueda es una pérdida de tiempo. Incluso aunque creamos que lo estamos logrando, el péndulo paradójico que la naturaleza ejerce sobre nuestras vidas, buscará mantener una tensión constante que nunca nos permitirá decir "esta es y será la fórmula definitiva del éxito" de una vez por todas.
Frente a esta imposibilidad, no nos queda otra que elaborar dos estrategias. Por un lado, definir una visión, un norte. Un saber qué quiero, aunque esto tenga componentes utópicos. Esto, nos ayudará a encontrar sentido, incluso en las situaciones más adversas.
Pero el desafío está, en que ese norte, requerirá si o si mantener una constante y artística atención para detectar qué se necesita en cada momento. Es la comprensión de que no podemos simplificar mentalmente una única y definida forma de resolver las cosas.
Es interesante que cuando comunicacionalmente podemos definir un concepto o idea como estrategia cerrada, solemos valorarla más por su "claridad", pero lo que no vemos es queda automáticamente desconectada de la realidad. En cambio, cuando la explicación de una estrategia requiere dejar un espacio de tensión para la resolución según la situación lo requiera, para que sea más acorde con la realidad, solemos responder de manera negativa por su falta de "definición". Buscamos "certezas", no verdades.
Poner el foco solamente en una visión utópica del mundo con una estructura definida de resolución, provocará separarnos de la realidad y acudir a mecanismos de control en pos de forzar a que nuestra estrategia se imponga a la naturaleza de las cosas. Pero por otro lado, no tener una visión de lo que queremos, puede hacer perder nuestra capacidad de resiliencia y desmotivarnos a la hora de enfrentar los desafíos de construir una visión.
Esta es la paradoja de la no formula, o quizá, esta sea la fórmula.
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